viernes, 30 de enero de 2009

¿Listas abiertas o voto en blanco?

Lo reconozco: yo voto por descarte. No coincido con el discurso íntegro de ningún partido político. Ni tampoco creo que lo hagan sus propios afiliados. Es mas, creo que cada persona podría ser, por sí misma, un partido político distinto. Sin embargo, estamos hartos de ver en las tertulias de radios y televisiones, e incluso en editoriales y columnas de diarios, a acérrimos defensores del ideario completo de cada fuerza política, incluidas las frecuentes variaciones que, según el momento, suelen hacerse del mismo.

Son personas que defienden a capa y espada los que creen que son sus colores por el mero hecho de haber depositado en la urna una determinada papeleta, sin poner en duda ninguna de las cosas que hacen o dicen sus representantes. Supongo que, en determinados niveles sociales, esto es por puro peloteo, por si cae algo. Pero el problema es que en la calle también pasa lo mismo. Preguntan a la gente y ponen a caer de un burro al contrario, es decir, al que ellos no han dado su voto. Y eso no es, oiga.

Creo que los actuales partidos políticos no representan a la pluralidad que existe en la sociedad. Quizás ello sea así porque el funcionamiento interno de los partidos obedece a un sistema de jerarquías en el que el de más arriba designa a sus adeptos para que ocupen los primeros puestos de las listas del partido (y luego, si ganan, a todos los altos cargos) y, claro, así no queda casi terreno para poner las cosas en discusión. Tal vez las listas abiertas ayudasen a mejorar un poco las cosas; o tal vez la cosa no tenga arreglo.

Por eso yo, en los últimos tiempos, no recuerdo ya desde cuándo, supongo que desde que desapareció en mí el ardor guerrero de la juventud, mi voto se lo ha estado llevando el partido con cuyas ideas menos discrepo. Así de claro, y así de triste. Pero al paso que vamos, y como cada día discrepo más con todos, empiezo a vislumbrar en el horizonte el voto en blanco como la mejor de las opciones.

jueves, 29 de enero de 2009

No ponga un ERE en su vida

El ser humano tiende a simplificar el lenguaje que utiliza para comunicarse. Y las siglas siempre han sido un recurrido comodín del que habla o escribe a la hora de ahorrar palabras. Unas, por lo conocidísimo que es aquello a lo que se refieren, otras por el uso insistente, casi diario, que se hace de ellas, y otras por ambas cosas al mismo tiempo, ya casi nunca necesitan traducirse al conjunto de palabras en las que tuvieron su origen.

Algunos acrónimos, incluso, ya son términos propiamente dichos y han pasado a engrosar el diccionario, como es el caso de ovni, láser, radar, inri o sida; otros, como cedé, deuvedé, emepetrés, puede que no tarden mucho en hacerlo.

Pero hay algunas siglas que, por mucho que se intente, lo más probable es que no sigan el mismo camino que otras. Es el caso, por ejemplo, de ERE, acrónimo de la expresión "expediente de regulación de empleo". La actual crisis económica obliga a hablar de este tema más de lo que sería deseable, pero está claro que la reciente aparición de esta forzada simplificación del lenguaje obedece más a las necesidades físicas de los titulares de los medios impresos que a otra cosa.

Resulta un término difícil, no porque sea impronunciable, sino por la artificiosidad de su pronunciación. Si tiene usted que escribir sobre ello (espero que no sea por experiencia propia), escríbalo si quiere, pero, por favor, no ponga un ERE en su boca. Tampoco es tan extensa la expresión a la que alude, ¿no?


miércoles, 28 de enero de 2009

Esperanza y Mariano: la espía que me amó

Viendo a todos esos políticos de pacotilla haciendo de las suyas con total impunidad, cada vez estoy más convencido de que la crisis en la que estamos es, antes que económica, de valores (y no bursátiles precisamente). El culebrón de Madrid, al más puro estilo del agente oo7, es una muestra más de que todo vale con tal de conseguir (o de conservar) el poder.

Pero, ¿quiénes son los culpables y quiénes las víctimas de todo este tinglado? ¿Esperanza? ¿Mariano? Pues no, ninguno de ellos. Lamentablemente, la culpa de que se produzcan hechos como éste y otros aún más graves la tenemos ustedes y yo, que también somos, al mismo tiempo, las víctimas.

Porque la sociedad ha decidido delegar hasta su capacidad de pensamiento en la clase política, en un grupo de personas encerradas en unas listas a las que votamos sin conocer sus valores y que van a su aire, cambiando unos principios por otros en cualquier momento, según sus intereses particulares.

A ellos -para mí se salvan muy pocos- no les importan ustedes ni nadie que no sean ellos mismos. Da igual el nivel en el que se muevan (local, regional, estatal...); sólo quieren que les votemos y así obtener (o mantener) el poder que necesitan para seguir haciendo lo único que quieren hacer: llenarse los bolsillos.

Pero no se preocupen, que por mucha crisis (ahora sí me refiero a la económica) que haya, nunca van a pasarlo ustedes tan mal como para querer rebelarse contra lo que está pasando a los ojos de todos. Y si alguien los tiene, se encontrará solo y no podrá hacer nada. Mañana tendrán todos su ración de pan y circo. El negocio está a salvo.